Existen muchas maneras de
transformar la mente. Dentro del vasto cuerpo de las enseñanzas budistas, hay
un género que se distingue por su poder para inspirar, su agudo fervor y
aplicación pragmática. Este género es el del entrenamiento mental (o adiestramiento
mental), conocido popularmente como loyong. En la lengua Tibetana, ‘lo’
significa actitud, mente, pensamiento o perspectiva; ‘yong’ significa
entrenar una habilidad, familiarizarse con formas específicas de pensar,
cultivar cualidades mentales o purificar. Entrenar a la mente implica un
proceso disciplinado mediante el cual transformamos radicalmente nuestros
pensamientos y prejuicios, de una mente naturalmente centrada en sí misma,
hacia una altruista, orientada al beneficio de otros.
Aunque todas las
enseñanzas budistas en este sentido pueden entenderse como entrenamiento
mental, las prácticas de loyong están ideadas específicamente para eliminar de
nuestro continuo mental el aferramiento a un yo fantasioso y al egoísmo, junto
con todas las emociones y actitudes perturbadoras que surgen a partir de estos
dos estados mentales. Esas emociones y actitudes destructivas que nos aquejan,
actúan como la causa principal de la existencia cíclica o vida samsárica; una
forma de existencia caracterizada por recurrentes dificultades, problemas y
renacimientos. Sin embargo, estos conflictos son transitorios. A través del
entrenamiento mental, es posible transformar nuestra mente actual y utilizar
las circunstancias adversas con las que nos confrontamos en la vida diaria en
un auténtico sendero de desarrollo espiritual, conducente hacia la verdadera
felicidad. El antídoto al sufrimiento que cotidianamente experimentamos se
halla presente en la mente misma; ésta y no el mundo son la fuente de la
felicidad y del dolor.
El objetivo primordial
del adiestramiento mental es el hacer surgir en nuestra conciencia una actitud
propicia para que se desarrolle la preciosa mente altruista de la bodichita o
gran compasión. Al llevar a la práctica estas enseñanzas, logramos abrir nuestros
corazones a los demás y asumir responsabilidad por los seres que nos
rodean. Estos sencillos pero profundos aforismos nos ayudan a usar las
dificultades e injusticias como oportunidades para cultivar la virtud, la
paciencia y la perseverancia. Nos señalan la importancia de meditar en la
bondad de los demás, al reconocer que la felicidad propia se basa
primordialmente en desearle felicidad a otros. Nos recuerdan que debemos
desarrollar la humildad y la modestia como métodos para conquistar nuestra arrogancia.
También nos enseñan que ese yo centrado en sí mismo y egoísta, que
neuróticamente defendemos a lo largo de la vida, es la fuente primordial de
nuestro dolor y sufrimiento recurrente, que en realidad no existe de la manera
fantasiosa en que lo concebimos.
Yeshe Chekawa |
Atisha y Langri Tangpa
Los aforismos del
entrenamiento mental tienen su origen en varios textos indios, primariamente en
El ornamento del camino medio de Nagaryuna y en el Camino de vida del
Bodisatva de Shantideva. Llegaron a Tíbet a través de las enseñanzas del
maestro budista indio Atisha Dipamkara—también conocido como Dipamkara
Shrijñana (982-1054), quien a su vez las recibió de sus maestros
Dharmarakshita, Yampa Nalyor y Serlingpa. Atisha jugó un papel fundamental en
la segunda fase de la transmisión del budismo en Tíbet durante el siglo XI,
mientras que el principal maestro de la primera fase de transmisión fue
el afamado Gurú Padmasambava en el siglo VIII.
A partir de Atisha se
funda en Tíbet la tradición kadampa. Drontömpa, su discípulo tibetano
principal, fue su formulador esencial y los tres hermanos kadampas sus
principales continuadores. A partir de entonces, las enseñanzas del
entrenamiento mental comenzaron a ser transmitidas a través de un linaje
continuo de maestros a discípulos. Resultado de ello fue la composición
de varios textos, entre los que cabe destacar Los ocho versos para entrenar
la mente de Langri Tangpa (1054-1123), y el Entrenamiento mental en
siete puntos de Gueshe Chekawa (1102-1176).
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