recordaran que Juan Salvador gaviota se la pasaba tratando de perfeccionar su vuelo en lugar de andar con la bandada de la comida, y por esta irresponsabilidad fue exiliado de la sociedad de gaviotas.
Ahora se encontraba completamente transformado habitando en un lugar junto a otros que como él buscaban la perfección de lo que más amaban hacer que era volar. Dice el relato que:
… Durante largo tiempo Juan se olvidó del mundo de donde había venido, ese lugar donde la bandada vivía con los ojos cerrados al gozo de volar, empleando sus alas como medios para encontrar y luchar por la comida.
Se acordó de ello una mañana cuando estaba con su instructor mientras descansaban en la playa después de una sesión de toneles con ala plegada1.
-¿Dónde están los demás, Rafael? – Preguntó en silencio, ya muy acostumbrado a la cómoda telepatía que estas gaviotas empleaban para comunicarse en lugar de graznidos y trinos-. ¿Por qué no hay más de nosotros aquí? De donde vengo había…
-… miles y miles de gaviotas. Lo sé – Rafael movió su cabeza afirmativamente-. La única respuesta que puedo darte, Juan, es que tú eres una gaviota en un millón.
La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando enseguida de dónde habíamos venido, sin preocuparnos hacia dónde íbamos, viviendo sólo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar, o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.
La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud. Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando enseguida de dónde habíamos venido, sin preocuparnos hacia dónde íbamos, viviendo sólo el momento presente. ¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar, o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla. La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.
Extendió sus alas y volvió su cara al viento.
-Pero tú, Juan – dijo -, aprendiste tanto de una vez que no has tenido que pasar por mil vidas para llegar a ésta.
En un momento estaban otra vez en el aire, practicando. Era difícil mantener la formación cuando giraban para volar en posición invertida, puesto que entonces Juan tenía que ordenar inversamente su pensamiento, cambiando la curvatura, y cambiándola en exacta armonía con la de su instructor.
-Intentemos de nuevo -decía Rafael una y otra vez-: Intentemos de nuevo. -Y por fin - : Bien. -Y entonces empezaron a practicar los rizos exteriores.
Una noche, las gaviotas que no estaban practicando vuelos nocturnos se quedaron de pie sobre la arena, pensando. Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien, se decía, iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.
-Chiang... -dijo, un poco nervioso.
La vieja gaviota le miró tiernamente.
-¿Si, hijo mío?
En lugar de perder la fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquier gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.
-Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?
El Mayor sonrió a la luz de la Luna.
-Veo que sigues aprendiendo, Juan -dijo.
-Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?
-No, Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. -Se quedó callado un momento-. Eres muy rápido para volar, ¿verdad?
-Me... me encanta la velocidad -dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.
-Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz. Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí.
1.- Todas las maniobras de tipo tonel significan la rotación de la nave alrededor de su eje longitudinal.
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