23 sept 2012

Compasión cotidiana para los muertos — y los vivos.



La imagen es simple, conmovedora.
Allí, reclinado sobre la silla, está un anciano.
Él no está descansando, ni está durmiendo. ...
Él acaba de fallecer, justo allí en una estación en medio de la agitada China.
   
La multitud se reúne, tratando de superar el asombro. Muchos sorprendidos,  la mirada en sus caras revelan la sorpresa ante el hecho de que ahí mismo en medio de su cotidiano bullicio, se han encontrado ante la  presencia de la muerte. La tela de su vida mundana ha sido rasgada.

 Y ahí está el monje que decide ser compasivo

El monje se acerca al  recién fallecido, poniendo su mano sobre el difunto y se queda allí haciendo plegarias.

Hay  algo en la cara del monje, una mirada de absoluta serenidad. Su reacción no está basada en sus propias emociones, mas bien basada en el más alto de los imperativos: La compasión.
Él no se preocupa acerca del género al que pertenece el difunto, su religión,  su riqueza, su raza o su color. Todo lo que importa es la compasión, justo y allí, aquí y ahora. 

Esta  imagen ha permanecido conmigo,  como un poderoso recordatorio.
  
La vida es esto, aquí con nosotros: las alegrías y los horrores de la vida, nacimiento y muerte, dolor y cicatrices, rupturas y plegarias.

Todo esto acontece en  medio de nuestra vida cotidiana, no en algún lugar fuera de ella. 

Mas tenemos que elegir,  entre desear ser compasivos aquí y ahora, con todos los que no rodean o ser meros espectadores. 
El hombre que murió merecía compasión y plegarias.
La vida no merece menos. 

tomada de: http://facebook.com/illuzone

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