La imagen es simple,
conmovedora.
Allí, reclinado sobre la
silla, está un anciano.
Él no está descansando,
ni está durmiendo. ...
Él acaba de fallecer, justo
allí en una estación en medio de la agitada China.
La multitud se reúne,
tratando de superar el asombro. Muchos sorprendidos, la mirada en sus caras
revelan la sorpresa ante el hecho de que ahí mismo en medio de su cotidiano bullicio, se han encontrado ante la presencia de la muerte. La tela
de su vida mundana ha sido rasgada.
Y ahí está el monje que decide ser
compasivo
El monje se acerca al recién fallecido, poniendo su mano sobre el
difunto y se queda allí haciendo plegarias.
Hay algo en la cara del monje, una mirada de
absoluta serenidad. Su reacción no está basada en sus propias emociones, mas bien basada en el más alto de los imperativos: La compasión.
Él no se preocupa acerca
del género al que pertenece el difunto, su religión, su riqueza, su raza o su color. Todo
lo que importa es la compasión, justo y allí, aquí y ahora.
Esta imagen ha permanecido conmigo, como un poderoso recordatorio.
La vida es esto, aquí
con nosotros: las alegrías y los horrores de la vida, nacimiento y muerte,
dolor y cicatrices, rupturas y plegarias.
Todo esto acontece en medio de nuestra vida cotidiana, no en algún
lugar fuera de ella.
Mas tenemos que elegir, entre desear ser compasivos aquí y ahora, con
todos los que no rodean o ser meros espectadores.
El hombre que murió merecía
compasión y plegarias.
La vida no merece
menos.
tomada de: http://facebook.com/illuzone
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